29.3.08

Gerónimo Rodríguez Macha

Era un señor apuesto. Lo recuerdo enorme, con los ojos como ranuras de alcancía y la mirada aguda. Algo distante, pero nunca llegué a saber si era por él mismo o por el lugar de "prócer" que le había asignado la familia.
Discreto, jamás hablaba de sí mismo y sus aventuras circulaban de boca en boca a veces como chismes, otras como inconfesables secretos y otras aún con indisimulable orgullo.
Veterano de dos guerras. Sobreviviente de un campo de concentración. Militante y combatiente. Protagonista de innumerables recursos de habeas corpus presentados cada vez que la huella de sus pasos hacía presumir que se encontraba en una –y otra y otra y otra- comisaría.
Su desaparición más larga en estas tierras alcanzó a cincuenta días en la 1ª de Avellaneda, a cargo por ese entonces del comisario Lugones que, jubiloso, estrenaba en los cuerpos de los detenidos por razones políticas su "ingenioso invento": la picana eléctrica. Durante años no entendí el porqué de tantos reparos cuando quería acercarme a él. Por qué para sentarme en su falda y escucharlo hablar con acento castizo debía tener "cuidado con las piernas del abuelo". Hasta que un día, en la soledad de una calurosa siesta, él decidió meterse en la pileta y vi. Vi la delicada piel de sus piernas cubriendo apenas la carne viva. Vi esas llagas rojas sutilmente contenidas por una delgada película brillante. Vi heridas que no admitían olvido.
Por extranjero y por revoltoso, en más de una oportunidad lo alcanzó la Ley de Residencia ("la 4144", para los amigos), y lo puso de patitas en un barco con destino a la Madre Patria. Alguna vez su familia entera viajó a reencontrarlo. Alguna vez los separaron más de once años de combates y bohemia parisina.
Además de ser un hombre de armas, era un hombre de palabra: escritor y periodista. Colaborador frecuente de "La Protesta" y esporádico de "La Vanguardia". De su mano conocí la primera literatura "en serio". Sin importarle mi tierna edad de siete años, me impulsó a leer los cuentos de Edgar Allan Poe poniendo en mis manos sus libros y, algo que jamás podré olvidar, un volumen de La gran guerra patria de la Unión Soviética.
La educación era para él el valor más importante que podía –y debía– transmitirse a las personas. Su esposa, una encantadora franco-española, no sabía leer ni escribir y él llenaba sus sobremesas leyéndole palabras de La vida de las abejas de Rilke.
Frente a él no se hablaba de ciertas cosas. Había unas pocas palabras que sus familiares eludían para no generar una batahola; peronismo y Perón eran dos de ellas.
Profundamente amigo de sus amigos, proveyó de botas de doble suela hechas con sus propias manos a Simón Radowitzky mientras éste purgaba en la cárcel de Ushuaia la condena por el asesinato de Ramón L. Falcón. Imagino que debe haber celebrado cuando Simón logró escapar. Hace unos años, buscando información sobre su trayectoria, me acerqué a la Federación Libertaria Argentina. Allí, algunos de los hijos de sus compañeros, con enorme cariño y respeto, me restituyeron retazos de historia faltante.
Para mí fue una presencia importantísima. Primero no supe por qué. Con el correr del tiempo me fui dando cuenta de los muchos motivos que, aparentemente inexplicables, cobraban sentido vistos bajo el cristal de mi historia a su lado: mi ánimo curioso y batallador, mi dificultad para aceptar los límites "porque sí" y, más tarde, para imponerlos; mi rebeldía frente a los moldes, las exigencias sociales y los prejuicios de cualquier índole. Todas esas características que, durante muchos años, me hicieron sentir "inadaptada", "distinta", "rara".
Murió cuando yo estaba a punto de tener mi primer hijo. Por suerte, pudimos compartir muchos años.
Mi bisabuelo, que de él se trata, no sólo me legó el amor por las palabras sino que, además, con su ejemplo me enseñó a no tenerles miedo. No sólo me transmitió el orgullo por las ideas sino que, por sobre todas las cosas, dejó en mí la semilla de su inclaudicable espíritu libertario.

28.3.08

Ficción periodística: Yo nunca estuve ahí

Hace un par de años, en un arranque de "estoy aburrida" (nada raro para mi espíritu demandante), me inscribí en un seminario de redacción periodística. Es fácil advertir que no buscaba emociones fuertes.
El curso se brindaba en el edificio de un diario y era, como pude descubrir a la segunda o tercera clase, bastante básico. Lo cierto es que el docente se dio cuenta de inmediato de mi calidad de "infiltrada" en ese grupo: yo YA sabía cómo escribir lo que pretendía decir; y, consecuentemente –por motivos que hasta el día de hoy desconozco pero que no me desvelan– trató de hacerme la vida difícil.
Sin embargo, esos tres meses de intensa labor teórica y práctica me sirvieron para tener acceso a uno de los secretos mejor guardados de los periodistas y, al mismo tiempo, comprender por qué suelen competir de manera solapada –porque simultáneamente intentan diferenciarse– con los escritores: LOS PERIODISTAS ESCRIBEN FICCION.
Un ejercicio intrascendente fue lo que me llevó al descubrimiento: había que redactar una nota informativa y otra testimonial sobre Purmamarca. Me enfrenté a la realidad: no conocía –no conozco aún hoy– la ciudad jujeña. ¿Cómo hacer, entonces, para transmitir su encanto, sus colores, la calidad de su aire y la calidez de sus habitantes? Decidida, contra todos los obstáculos, a cumplir con la "tarea para el hogar", no me propuse un viaje relámpago hasta el noroeste argentino sino una sencilla exploración "googlística". Y me puse a escribir párrafos como el siguiente:

Ubicada en la Quebrada de Humahuaca, a 2.912 metros sobre el nivel del mar y a sesenta y cinco kilómetros de San Salvador de Jujuy, Purmamarca aparece tras las curvas de la ruta 9, rodeada por cerros y enmarcada por álamos. Es un universo de poco más de quince manzanas que muestra con orgullo sus tesoros: la iglesia, el algarrobo histórico, el Cerro de los Siete Colores, la feria artesanal, el Cabildo, el cementerio, el Paseo de los Colorados…

O como éste:

...la iglesia de Santa Rosa de Lima, que data de 1648. El templo, declarado monumento histórico nacional, es de estilo clásico quebradeño, con paredes de más de un metro de espesor y techo de madera de cardón cubierta por tortas de barro. Consta de una única nave angosta y de un pequeño campanario. Adentro se puede apreciar una colección de pinturas cuzqueñas. Afuera, la iglesia cambia según la hora del día. Con el sol de plano, sus muros blancos restallan. Al atardecer, la sombra de los árboles circundantes le da un aspecto fresco y sereno.


Por supuesto, no me privé del lugar de cronista del carnaval:

El carnaval es la fiesta por excelencia. A partir de las ofrendas a la Pacha Mama y el desentierro del diablo, todo es baile y canto. Otros diablos bajan por los cerros y se mezclan con la gente. Los turistas siguen a la comparsa de lugareños ataviados con trajes abigarrados. Todos van, cubiertos de talco y agua, al son de carnavalitos, cuecas y bailecitos. Antes de bailar es necesario vacunarse con un vaso de chicha y protegerse con una rama de albahaca. Son cuatro días de permanente celebración para agradecer el maíz, la quinoa, el cayote… La fiesta termina con el entierro del diablo. Purmamarca le ha agradecido a la tierra un año de fecundidad y ha hecho votos para el venidero. El silencio vuelve a ser rey.


En cuanto a la nota testimonial, sentí que a mi juego me llamaban y el ejercicio de la más pura imaginación se transformó en esto:

Aprender a leer

Soy, por definición, urbana. Para más datos, porteña. Mujer de tacos altos. De cine y teatro. De oficinas, embotellamientos y smog. Y estoy en Purmamarca, lugar lejano, en todo sentido, de los que estoy acostumbrada a recorrer.
Aquí no hay edificios ni asfalto. Casi no hay automóviles. La gente se desplaza con una tranquilidad pasmosa. Apuro quiere decir vergüenza. No existen los desayunos de trabajo ni el after office. No hay espectáculos teatrales. No hay bares donde pasar tiempos muertos entre reunión y reunión. No hay centros comerciales donde comprar rápidamente, para salir del paso, algo que no nos detenemos a elegir. No hay aire acondicionado.
¿Qué hago aquí? Aprendo a leer. Un curso intensivo. Dos días en Purmamarca me han enseñado a leer otro idioma. Leo construcciones de barro y cardón pintadas a la cal que se mantienen frescas aunque el calor apriete. El ripio desordenado de las callecitas que terminan en el cerro. Leo la inutilidad de un automóvil en una aldea de quince manzanas, y de los bares, porque no hay tiempos muertos. Leo la pureza del aire. Las marcas en los rostros de la gente, sus ojos redondos y oscuros. El espectáculo diurno de los cerros, siempre distinto, siempre inaugural. Y el nocturno del cielo, poblado de estrellas, transparente y mucho más infinito que el que conocía hasta ahora. Leo los puestos de la feria, donde elegir es un desafío sin tiempo. La sombra del algarrobo, bienvenido amparo al mediodía. Leo el silencio y la música. Sabores, olores, sensaciones.
Leo y, entonces, escribo. Una nueva historia, lejos de la ciudad, en la que puedo enamorarme de esta aldea perdida entre montañas. De su gente sufrida y esquiva. De un universo ajeno, pero no por eso menos atractivo y atrapante, donde puedo sentir que el erque y el tambor vibran dentro de mi pecho con una fuerza inusitada. Como si yo misma fuese tambor y erque, como si yo misma fuese la tierra colorida, como si yo misma tuviese la profundidad y la pureza de este cielo azul. Y el único “apuro” que tengo es por no haberme enamorado antes.

Mi trabajo me reportó la primera felicitación pública por parte del docente –un experimentado periodista–, y también la última, porque se trataba del ejercicio final. Casi como una disculpa, lo único que atiné a decir fue: "Yo nunca estuve ahí".

20.3.08

La autora de mis días

Nélida para el documento (si la llaman así lo más probable es que piense que le están hablando a otra persona). Cuca para la vida. Cuquita cuando hay que pedirle algo. Cucatrap cuando se trata de hacerla enojar. Cucavacha para nosotros, sus hijos. ¡Ay, mamá! (dicho con "ese" tonito) para mí.
Mi madre es una señora bien compuesta que siempre se lleva todo por delante. Es posible verla llorar frente a media docena de copas de cristal hechas trizas por obra y gracia de su increíble torpeza que transmuta todo lo que la rodea en una línea de bowling (y juro que es la reina de los strikes). Entre sus vicios confesables (los inconfesables prefiero no saberlos porque, al fin y al cabo, es mi mamá) se encuentra todo juego de cartas que se haya inventado y, sin lugar a dudas, todo el que esté por inventarse se transformará en un nuevo vicio ni bien su existencia llegue a sus oídos. Además de haber sido la autora de mis días, reivindica la autoría de frases célebres como: "Yo tejo, mi mamá coge" (obviamente, en el laberinto de su pensamiento, ella quiso decir "cose" y yo todavía estoy convencida de que debería cobrar derechos de autor por semejante hallazgo) que no sólo involucraba a mi abuela (aún hoy vivita y coleando) sino a quien en poco tiempo se convertiría en mi marido que debe haber flasheado con la performance de la venerable viejita. Por supuesto, lo que el joven seguramente no advirtió en ese instante fue la condena a la que se sometería contrayendo matrimonio con la que iba a transformarse en la líder de la tercera generación de mujeres papeloneras. Porque mi "bubú" también tiene en su haber episodios hilarantes como preguntarle por la parada del colectivo a un maniquí, pedirle al almacenero una botella de "Paso de los Libres" o entrar muy decidida a una mercería a comprar "botones para Montgomery Clift" (porque, sí, de verdad cosía aunque no para el malogrado actor).
Cuquita, mientras tanto, se dedicaba a cuestiones más extremas. Al volante de su poderoso Fiat 600, fue arrollada por un surtidor de nafta (pero, claro, el muy desaprensivo venía de contramano); hizo una cuadra entera en la Avenida 9 de Julio viendo azorada cómo todo el tránsito la emprendía contra su resistente "bolita" y, ya con un automóvil de mejor porte y casi pistero, un Fiat 128 SuperEuropa, fue tan hábil como para chocar dos autos (dos BMW para ser más precisa), además del suyo, que estaban estacionados en en garage de casa.
Cucavacha me llevaba al colegio pocas veces. Debo dar gracias a los hados por eso ya que lo hacía lista para volver a la cama: camisón, pantuflas y el tapado de piel sintética. Yo aprendí a rezar en esos viajes en los que ya no me preocupaba tanto por su manera deforme de conducir sino porque no tuviese que bajarse del auto con ese vergonzante atuendo. Es más, hoy estoy convencida de que interné a mi papá para que me enseñara a manejar a los 13 años sólo para ahorrarme las angustias que me causaba el simple hecho de pensar que se nos podía pinchar una goma y ella bajaría del vehículo con su vestimenta de diva mañanera.
En cuanto a su relación conmigo, estuvo marcada por el día de mi nacimiento en el cual decidió que mi nombre recordaría eternamente la línea del tango que dice "un ladrido de perros a la luna". Es que, ¿qué certera puntería la habrá impulsado a elegir dos nombres con el mismo diptongo que producen una cacofonía infernal? ¿Cómo pudo creer que la combinación de Laura y Aurora podía generar algo que no fuese risa? Mi teoría es que nunca los dijo juntos en voz alta y que, agotada por el trabajo de parto, balbuceó "eso" que hoy es, no dos nombres yuxtapuestos, sino uno solo, inseparable: Lauraurora. Y los perros siguen ladrando.
El problema es que, con el correr del tiempo, cada día me parezco más a "¡Ay, mamá!". Mis cada vez más frecuentes distracciones y torpezas me causan terror: voy camino al ridículo sin escalas y sin retorno. Hace un rato, dentífrico en mano, cubrí de pasta blanca (sin rayitas, inmaculadamente blanca) la Gillette Mach3 de mi hijo y sólo me di cuenta de lo que había hecho cuando me disponía a cepillar mis dientes. Entonces, no pude menos que recordar que Cuquita me lo había adelantado, con ese estilo oracular y circunspecto que tiene a veces: "¡No te rías hija, no te rías, que lo que se hereda no se roba!".

El "Epaminondas"

Hace mucho tiempo –y mucho quiere decir mucho– un cuento tradicional, repetido hasta el cansancio, deleitaba mi fantasía infantil y, a diferencia de la mayoría de los relatos de ese género, hacía que me desternillara de risa.
Epaminondas, la mamá y la madrina eran los protagonistas. Al parecer, estas mujeres, muy atareadas con las labores domésticas, habían tomado al niñito como mensajero (¡Dos tremendas vagas!) y lo tenían de acá para allá llevando y trayendo cosas.
Con monumental voluntad (eso no puede negársele) Epaminondas iba y venía. Primero fue un bizcocho y la infaltable recomendación de la madrina: "No lo pierdas, apretalo fuerte". Tan fuerte lo apretó –tan al pie de la letra cumplió con la indicación– que, obviamente, llegó a manos de la madre hecho migajas. Entonces enfrentó el dedito admonitorio: "No, no es así. Lo que tenés que hacer es ponerlo dentro del sombrero, luego ponerte el sombrero y caminar hasta casa, la cabeza erguida, bien derechito y sin detenerte". La siguiente vez, atento a lo que le había dicho su progenitora, Epaminondas cumplió. Cuando su madrina le dio el pan de manteca, lo puso dentro de su sombrero, se colocó el sombrero y caminó derecho a casa con la cabeza erguida. En la puerta de su hogar, chorreando hasta la cintura manteca derretida, chocó nuevamente con la creciente ira de la madre: "¡Pero, Epaminondas! ¿Cómo hay que decirte las cosas? (Claramente, mujer, claramente) Para que no te pase lo que te pasó, tenés que envolver la manteca en hojas frescas y mojarla en cada una de las fuentes que encuentres en el camino". Con su habitual aplicación, el chiquito anotó en la memoria el consejo y en la siguiente visita a la madrina lo puso en práctica bañando en cada fuente al vivaz cachorrito que la atenta mujer le había regalado. Sin perder la sonrisa y esperando la felicitación de la autora de sus días por haber cumplido tan estrictamente con las indicaciones, Epaminondas le mostró el perrito que, medio muerto de tanto baño frío, tiritaba entre sus manos. "¡Hijo mío!", dijo la mujer al borde del llanto, "¿Qué has hecho de la inteligencia que te di cuando te traje al mundo? (La verdad, podría haberle dado un poquito más, ¿no?) El pobre animal debería haber venido caminando alegremente a tu lado y lo único que tenías que hacer era poner una cuerda alrededor de su cuello para que no escapara". Optimista hasta la exasperación, Epaminondas registró la fórmula y decidió que la próxima vez que visitase a su madrina se reivindicaría con su iracunda madre cumpliendo a rajatabla con las instrucciones. Y lo hizo. Por supuesto, lo que llevaba no era un perrito sino un dorado y crujiente pan casero recién horneado que, atado con una cuerda, arrastró y revolcó por todos los rincones del camino haciendo del alimento un bollo descascarado y lleno de barro que no se podía comer. "¡Desde este momento", fue el grito furioso de la madre, "tenés prohibido salir de casa! Soy yo la que iré a todos lados para asegurarme de que no cometas más sandeces".
Y llegó la oportunidad de que la madre, finalmente, se hiciera cargo del servicio de mensajería. Antes de salir, había horneado unos hermosos pasteles de frutas. Cinco, para ser más precisa. Y los colocó en la puerta de su hogar para que se enfriaran. "Epaminondas", dijo a su retoño antes de partir, "cuidá que el gato no se coma los pasteles y, si tenés que salir, fijate de pasar bien por encima de ellos con mucho cuidado", tras lo cual salió, tranquila y oronda, a hacer sus tareas.
Decidido a, por una vez, hacer bien las cosas, Epaminondas atravesó la puerta para ir al jardín no sin antes recordar las palabras de su madre; entonces, con enorme cuidado, estampó un pie en el centro de cada pastel. Y después se sentó a admirar su obra.
El final del cuento, jamás dicho pero claramente sugerido, era una paliza (cosas de cuentos tradicionales porque en nuestra época lo que se impondría es una consulta a un terapeuta familiar para resolver los problemas de comunicación y una batería diagnóstica de tests para constatar la inteligencia del mocoso).
Ahora bien, Epaminondas no es un caso aislado. Hay hombres que funcionan así: entre dos mujeres (usualmente madre y esposa), esperando un gesto de aprobación que nunca llega y cumpliendo órdenes que no satisfacen a nadie.
¿Hace falta que lo explique mejor?

18.3.08

La lucidez es como una muela: a veces duele.

Expedición papá

Como todos saben, no hago recomendaciones de lectura (no feevy, no blogroll, no links).
Como todos saben, sí hago, con frecuencia, ácidas críticas al género masculino (y también se dan cuenta de que, en el fondo, estoy más cerca del machismo que del feminismo).
Por cuestiones ajenas a la marea web, conocí –me refiero a la vida real– al autor de Padre por primera vez. Tímidamente me sugirió –no sin antes disculparse por eventuales errores o imprecisiones en la redacción– que leyera el día a día de su aventura. Y ahí fui porque yo soy muy bien mandada.
PPPV es el relato de una expedición de descubrimiento en el cual, con inusual ternura, el autor cuenta paso a paso su sorpresa, su emoción, su alegría y, muchas veces, su desconcierto frente a la experiencia de la paternidad.
Y lo que tiene de bueno es que pone a la luz del día y hace públicos sus sentimientos más profundos bajo la forma de pensamientos y preguntas cotidianos, y siempre con un infrecuente reconocimiento del lugar de la mujer-mamá en todo este proceso.
Vale la pena seguir a este hombre en su recién iniciada aventura de convertirse en papá aunque, hombre al fin, le dé pudor revelar su identidad.

17.3.08

Ya no soy virgen

Todo llega en la vida. Siempre hay una primera vez. Y cada primera vez tiene ese encanto particular del descubrimiento y la aventura, cierto desasosiego, cierta ansiedad.
Hasta hoy, yo era virgen. De memes, se entiende. Nunca nadie –no sé por qué motivo– me había conminado dulcemente a cumplir con estas consignas digitales que tanto circulan por la web. Hasta que hace un rato, Cleo me empujó a la experiencia de primero pensar y después escribir "las cosas que quiero hacer antes de morir".
No suelo pensar en la muerte como un límite. Más bien me inclino a considerarla una estación más en el camino. Así las cosas, cuando me tome un descanso junto al palenque, quiero tener tildadas las entradas de esta lista:

  • Afuera: un mundo más justo (porque si hay que desear, que sea en grande). Y, por más pequeño que sea mi aporte, haber contribuido en esa dirección.
  • Adentro: que la extensión de mi propio universo no reconozca fronteras. Que mi mundo interno, que me relaciona con el exterior, se haya expandido cuali y cuantitativamente transformándome en la mejor persona que pueda ser.
  • Arriba: que yo pueda imponer mi propio techo. Volar. Subir. Bajar. Sin miedo a las alturas. Segura en los descensos. Libre.
  • En el medio: que el ascenso no me haga olvidar que el corazón es la brújula que a todo otorga sentido y dirección.
  • Abajo: que siempre pueda volver, tocar tierra y salir de nuevo a conquistar el cielo.
  • Alrededor: que quienes me rodean compartan mi pasión por la vida, ese optimismo irrenunciable al que debo agradecerle haberme ayudado a ponerme de pie luego de cada uno de los terremotos que sacudieron mi existencia.
  • A izquierda y derecha: tener los brazos abiertos para dar y recibir el amor que es, en definitiva, lo que nos mueve.
Listo. Por supuesto, me entrego a los viajes, amores, posesiones y cualquier otra incidencia vital que traiga la concreción de estos deseos. Y, por cierto, ya no soy virgen.
Me encantaría compartir
este ejercicio
y enterarme de los deseos
de todos los que me leen.
La invitación está hecha.
Para el que quiera honrarla.

Posta: ¡Ojo con lo que te cantan al oído!

Canciones de amor. Palabras dulces que más de una vez son susurradas al oído mientras la música y la proximidad ahogan la voz del cantante. Canciones para enamorarse que suenan en momentos en los que, con los sentidos absolutamente alterados, somos incapaces de comprender. Aturdidos y obnubilados por la descarga hormonal, ni siquiera consideramos el intento de acceder al significado profundo de las palabras de una canción de amor.
Sin embargo, muchas de esas obras musicales encierran claves que develan trastornos y patologías graves de las cuales es necesario protegerse.
Analicemos, entonces, con la cabeza bien fría y absoluta objetividad, los mensajes vertidos en algunas canciones de amor:

Caso A: Frigidez vs. eyaculación precoz (Luis Miguel-Entrégate)
Una pareja destinada al fracaso. Lo que se dice llorar sobre la leche derramada.
Entrégate - aún no te siento.
Deja que tu cuerpo se acostumbre a mi calor.
Entrégate sin condiciones,
tengo mil razones, y ya no aguanto más de amor.

Caso B: Melancolía grave (Joan Manuel Serrat-Lucía)
Insatisfacción estructural. Gataflorismo triste.
No hay nada más bello que lo que nunca he tenido,
nada más amado que lo que perdí.

Caso C: Autoestima baja (debajo del asfalto) (Shakira-La pared)
Mándenla a la Iglesia Universal del Reino de Dios y que alguien le haga repetir tres millones de veces "¡vamos mujer, tú puedes!".
Eres la enfermedad y el enfermero
y ya me has convertido
en tu perro faldero.
Sabes que sin ti
ya yo no soy,
sabes que a donde vayas voy
naturalmente

Después de ti la pared,
no me faltes nunca.
Debajo el asfalto
y mas abajo estaría yo
sin ti.

Caso D: Trastorno de déficit de atención (ADD por su sigla en inglés) (Joan Manuel Serrat-No hago otra cosa que pensar en ti)
Dificultades para concentrarse y enfocarse en una tarea. El típico disperso que "está siempre en babia".
Buscaba una canción y me perdí
en un montón de palabras gastadas,
no hago otra cosa que pensar en ti
y no se me ocurre nada.
Enciendo un cigarrillo, y otro más...
Un día de estos voy a plantearme
muy seriamente dejar de fumar
por esa tos que me entra al levantarme...
Busqué, mirando al cielo, inspiración
y me quedé colgado en las alturas.
Por cierto al techo no le iría nada mal
una mano de pintura.
Miré por la ventana y me fugué
con una niña que iba en bicicleta.
Me distrajo un vecino que también
no hacía más que rascarse la cabeza.
No hago otra cosa que pensar en ti...

Caso E: Masoquismo (José Luis Perales-¿Y cómo es él?)
Y mientras le contás todo, con lujo de detalles, él tipo se corta las venas con galletitas de agua.
¿Y cómo es él?, ¿en qué lugar es enamoró de ti?
¿De dónde es?, ¿a qué dedica el tiempo libre?
pregúntale, por qué ha robado un trozo de mi vida
es un ladrón, que me ha robado todo.

Caso F: Esquizofrenia (Ricardo Arjona, ¿qué otro?-Dime que sí –¿o era que no?)
Sin comentarios, todos saben que no me gusta Arjona.
Si me dices que sí, piénsalo dos veces;
puede que te convenga decirme que no.
Si me dices que no puede que te equivoques;
yo me daré a la tarea de que me digas que sí.
Si me dices que sí dejaré de soñar y me volveré un idiota,
mejor dime que no y dame ese sí, como un cuentagotas.

Caso G: Violencia verbal (Ricardo Arjona-Tu reputación)
Como no le alcanza con maltratar a su ocasional compañera, también la emprende contra su propia abuela.
Tu reputación
son las primeras seis letras de esa palabra.
Llevarte a la cama era mas facil que respirar,
tu teléfono es de total dominio popular
y tu colchón tiene más huellas
que una playa en pleno verano.
Has hecho el amor mas veces que mi abuela
y aún no acabas ni la escuela...

Caso H: Celos patológicos (John Lennon-Jealous guy)
Clásico caso para unas cuantas sesiones de anger management
I was dreaming of the past.
And my heart was beating fast,
I began to lose control,
I began to lose control,

I didn't mean to hurt you,
I'm sorry that I made you cry,
I didn't want to hurt you,
I'm just a jealous guy.

Caso I: Machismo (El ignoto Ronan Keatin en la banda de sonido de la melosa Notting Hill)
En pocas palabras: callate y seguí (completar con lo que corresponda)...
You say it best when you say nothing at all.


Caso J: Abuso de sustancias (Peter Frampton, obvio-Baby, I love your way)
Alucinaciones, estados alterados de conciencia.
Shadows grow so long before my eyes
and they're moving across the page.
Suddenly the day turns into night
far away from the city.


Caso K: Prácticas sexuales extremas (Berlin-Take my breath away, tema de amor de la película Top Gun)
Haceme caso, la bolsita es una masa.
Watching every motion
In my foolish lover's game
On this endless ocean
Finally lovers know no shame
Turning and returning
To some secret place inside
Watching in slow motion
As you turn around and say

Take my breath away
Take my breath away

Anexo: Las metáforas sexuales de Ricardo Montaner
¡No resiste el menor análisis!
... nuestras vidas que ya han vivido tanto
que han visto mil colores de sábanas de seda...

... cada caricia le aviva el fuego a nuestra chimenea...

... dame con un grito la felicidad
de llevarte a la cima del cielo...
donde el viento te roza la cara
y yo rozo tu cuerpo al final..
... donde emerge sublime el deseo
y la gloria se puede alcanzar.

y la incomparable:

Poco a poco y al desnudo en el salón,
no han puesto las alfombras y es mejor,
porque el amor calienta el sol,
el frío del piso y al hielo del polo sur.

En este castillo azul se escribirá una historia
basada en nosotros dos,
en el momento pleno de hacernos sexo,
a orillas del mesón.

Ven y te explico lo que somos
en nuestra habitación
una paloma y un jilguero
en vuelo de estación.
Emigrando al árbol del limón
elevando un grito hasta amanecer,
encima de tu piel.

Poco a poco y el amor no se aguantó
no hay prisa pero no puedo esperar.
Boca a boca te doy un respiro,
tu cuerpo y el mío encuentran la posición.


16.3.08

La importancia del placard

Como está ahí, no habla, no protesta y nos ayuda a ordenarnos (o a desordenarnos), pocos le damos al placard la real importancia que tiene en nuestras vidas. Desplazando a los roperos y desplazado por los vestidores el placard es, sin embargo, imprescindible a la hora de comprender la dinámica de la existencia.
Es que en un buen placard, como en una buena vida, hay un lugar para cada cosa y cada cosa tiene su lugar: está lo que aparece a simple vista, como llamándonos, porque es útil tenerlo a mano; está lo que quedó olvidado en un rincón y un día cualquiera volvemos a descubrir, a veces con alegría porque lo creíamos perdido para siempre, a veces con indiferencia porque ni siquiera habíamos notado su ausencia, a veces con una pátina de tristeza porque habría sido mejor que quedara bien guardado y a veces con la sensación de que no fuimos eficaces a la hora de taparlo con otras cosas.
Está, también, lo que puebla los cajones, generalmente íntimo y privado; lo que es para la cabeza, lo que es para el cuerpo y lo que pertenece al alma como alguna vieja carta de amor o el recuerdo entrañable de algo que nos sigue conmoviendo como en el momento en que sucedió.
El placard, al igual que la vida, a veces se sobrepuebla de objetos inútiles y entonces comprendemos que ha llegado la hora de hacer una limpieza para deshacernos de lo que ya no tiene lugar. Con una capacidad limitada, el placard –y la vida– sólo podrá albergar lo nuevo si le hacemos un lugar desechando lo viejo. ¿Cuántos sweaters caben en un estante? ¿Diez? ¿Siete? ¿Trece? Si nos resistimos al proceso de despojarnos de lo inútil, lo más probable es que el espacio se transforme en un amasijo indiscriminado en el cual conviven lo viejo, lo que nos queda grande, lo que nos queda chico... Y si llega una prenda nueva seguramente será difícil hacerla entrar en ese esquema sin exponernos al mundo exterior con un sweater arrugado. De vez en cuando hay algo que dar de baja, algo que no volveríamos a ponernos, algo que ya no nos queda bien y algo que, por estar fuera de temporada, recién volveremos a usar dentro de un tiempo.
Lo mismo sucede con nuestros vínculos.
Además, cuando sobreviene una mudanza –real o metafórica, siempre un gran cambio en nuestras vidas–, la necesidad de una limpieza se hace perentoria ya que es casi imposible acceder a las nuevas vestimentas –del cuerpo o del alma– sin habernos despojado de las viejas. Es casi imposible avanzar cargando peso extra. Y, si por algún motivo, nos alejamos del mundo se dice que "estamos dentro del placard". Por último, ¿quién podría afirmar con certeza que no guarda "un muerto en el placard"?

Para P., que a veces se guarda en el placard.
Para N., que no tiene más lugar en el suyo.
Para las dos, por ser testigos de la limpieza del mío.

14.3.08

Al desnudo: Yo quiero ser Belén Francese

Era obvio. Se venía venir. Me resistí. Me defendí con uñas y dientes. Pero tenía que sucederme. Y, llegado el momento, no me queda más remedio que aceptarlo: yo quiero ser Belén Francese, la inocente emperatriz del poto.
Sin embargo, mi envidia no se enfoca en el prominente trasero –una suerte Disneyworld a la vuelta de casa para el universo masculino– de la susodicha aspirante a... (¿a qué aspirará?). Tampoco es por su encantadora vocecita que recuerda la plañidera expresividad de Laura Ingalls, la verdadera chica de Wisconsin, aunque, claro, definitivamente en otro cuerpo y sin los vestiditos Sarah Kay de la horrenda serie. No me pone verde el hecho de que sea el prototipo de una chica de barrio que llegó a los escenarios a fuerza de... (¿a fuerza de qué?). Ni que haya tenido el coraje y la desvergüenza de cantar (¿cantar?) una canción cuya letra, una joya de la poesía de todos los tiempos, repite la palabra "poto" setenta y cinco veces (no es un número al azar, las conté) y tiene líneas de inusual profundidad, como "te 'imnotizo' (sí, sí, sí, te 'imnotizo') cuando muevo el poto por delante y por detrás (sí, sí, sí, tiene un poto telescópico que hace temblar al bombón asesino)". Ni siquiera esa cualidad provocadora que la hizo sugerir –con la sutileza de un hipopótamo en una cristalería– amores lésbicos entre dos figuras de la farándula o la declaración por la cual se autotituló "testigo inminente" denunciando amenazas de sus eventuales compañeros de elenco, o la demostración de su firmeza de principios cuando consideró cierta actitud como una "aberrosidad".
Lo que de verdad me da una envidia incontrolable es que la chica, que carece de estudios filológicos, que no debe tener la más peregrina idea de quién fue la doctora Ofelia Kovaci, que seguramente piensa que la fonología es un estudio patrocinado por Telecom y la morfología una ciencia alentada por McDonalds orientada a descifrar lo que come la gente, no sólo haya creado un nuevo lenguaje para iniciados (¿iniciados en qué?) sino que, además, ya esté en la calle el "Pequeño Francese Ilustrado", un diccionario que, seguramente, se venderá más que el "Diccionario Escolar Santillana" del que soy autora.
¡Lluvia de corazones!

10.3.08

Cuestión de tamaño

Cuando Jorge Luis Borges le puso como título a su segundo libro de ensayos El tamaño de mi esperanza no pensó en las asociaciones soeces que iba a desencadenar con el paso del tiempo y el relajamiento de las costumbres.
La evolución de la tecnología y el confort nos proponen pantallas de plasma y televisores LCD de dimensiones cada vez más grandes, y teléfonos celulares y dispositivos de almacenamiento de datos que no cesan de hacerse más pequeños y "portables".
Los objetos de estudio de la física y la química han dejado de corresponderse con la escala humana para transformarse en investigaciones sobre lo micro –muy micro– y lo macro –muy macro– a tal punto que ambas ciencias se han alejado del cálculo para ingresar al campo de la especulación teórica de difícil comprobación.
Como ciudadanos, los argentinos estamos preocupados porque finalmente se produzca el siempre prometido achicamiento del Estado. Y más preocupados aún porque vemos que su tamaño, lejos de reducirse, se incrementa con cada nueva gestión administrativa.
Lo cierto es que la sola mención del tamaño desata un número significativo de sentimientos encontrados. Y, como no podía ser de otra manera, generó una batahola de proporciones,
al menos para el paupérrimo tráfico de este blog (y esto lo único que hace es confirmar la teoría de que, en cuestiones de tamaño, todo es relativo).
Tamaño bolonqui, demás está decirlo, no era mi intención. O, al menos, no lo esperaba porque, en definitiva, el sesgo machista del post no lo hacía prever.
Pero bastó que mis deditos, los muy impertinentes, escribiesen que el tamaño sí importa para que la cosa –el post– tuviese una repercusión nunca antes vista en este espacio habitualmente tranquilo como siesta pueblerina.
Lo obvio: la provocación genera desacuerdos y adhesiones.
Lo curioso: había para todos los gustos (de cal y de arena; de crema, de chocolate y de dulce de leche; ácidos y masticables; dulce y salado).
Lo divertido: que sé que, a diferencia de otros bloggers –sin distinción de género y sin importar el tamaño de su celebridad–, yo sólo soy la autora de SEUO. No la narradora, no la protagonista, no la que cuenta sus propias experiencias ni la que vierte sus más profundas convicciones, sino la que modula otras voces, la que plantea otras perspectivas y miradas que la propia, la que construye personajes, estereotipos, caracteres a veces extremos, nada ejemplares y frecuentemente muy pero muy antipáticos.
Lo gracioso: que la alegría que me invadió al ver la cantidad y la extensión de los comentarios da para pensar que, en definitiva, todo es cuestión de tamaño.
Por último, señoras y señores, la cuestión del tamaño tiene más significados que ESE.
Y basta ya. Porque esto de escribir un post hablando de otro post suena a afano.

8.3.08

Día de la Mujer: ¡Basta de mentir!

A ver si con este tema del Día de la Mujer nos sensibilizamos un poquito y echamos por la borda años y años de infames mentiras. Porque...
... no diríamos que nos gusta cocinar si no hubiésemos comprado la superstición de que a los hombres se los conquista por el estómago.
... ¿qué es eso de que para las buenas chicas el sexo sin amor es inconcebible? El sexo tiene existencia autónoma. ¡Y el sexo sin amor está más que bueno!
... eso de las relaciones "abiertas" y del "a mí el casamiento no me importa" no se condice con la Susanita que todas llevamos dentro (aunque a veces nos den ganas de estrangularla).
... los hijos de un hombre nunca son "amorosos" sino unos terribles maleducados y manipuladores.
... las ex nunca son "buenas madres" sino unas yeguas insensibles que a lo único que apuntan es a la billetera (hasta que te toca ser una ex más en la lista y recién ahí te das cuenta).
... tendríamos más fortuna que el sultán de Barhein si nos hubieran dado una moneda por cada vez que nos tragamos la escena y, con cara de poker, dijimos "no soy celosa".
... de verdad detestaríamos las "girls nights" si no fueran una mezquina venganza contra las "boys nights".
... en la cabeza, en la piel y en todos los sentidos tenemos la marca de otros que nos hicieron sentir más, mejor y otras cosas aunque repitamos el consabido "nadie como vos".
... el "no es nada, a cualquiera le puede pasar" sólo encubre un iracundo "¿y ahora qué? ¡Ni una geisha te pone en clima!".

Pero sobre todo porque hay una mentira que no podemos seguir sosteniendo. Porque, que se sepa de una buena vez:
¡El tamaño SI importa!

6.3.08

Lifestyle

Parripollos. Maxikioscos. Polirrubros. Cybercafés. (Curiosa la yuxtaposición de dos palabras para formar un híbrido, ¿no?) Locutorios. Canchas de tenis, paddle o fútbol 5. Taxis. Remises. O cualquier cosa que represente una "salida laboral" (¿cómo se conjugarán "salida" y "laboral" con "ingreso al mercado laboral"?).
Sushi. Restó. Bodegas y hoteles boutique. Soja. Real Estate. O cualquier cosa que implique un significativo "rendimiento de la inversión" y, además (condición insoslayable), sea cool.
¿Cuándo se nos caerá una idea?
¿Cuándo dejaremos de pensar en la "salvación" para seguir la vocación? O, mejor dicho, ¿cuándo dejaremos de tener vocación por la "salvación"?

5.3.08

Al desnudo: Yo quiero ser Beatrix Kiddo

No es porque ella sea rubia, alta, flaca y elegante. Ni por ese traje amarillo estilo Bruce Lee que, además, hace le juego con la moto. No es porque jamás luce "de peluquería" ni porque tiene unas manos bellísimas aun con las uñas cortas y al natural.
No es por el sugerente sobrenombre de Black Mamba que la identifica como una de las cinco integrantes del escuadrón mortal Deadly Vipers. Ni porque hable un japonés correctísimo ni por los frecuentes viajes transoceánicos ni por su increíble poder de convicción que transforma en cenizas la promesa de Hattori Hanzo de nunca más fabricar instrumentos de muerte.
No le envidio su destreza para manejar el sable samurai ni la frialdad con que ejecuta su venganza ni el festival sangriento que arma en la House of the Blue Leaves antes de terminar, en una noche azul y bajo la nieve, con la desalmada O-Ren. Tampoco envidio la bella delicadeza de bailarina con la que avanza sobre un mar de froot loops dejando atrás el cadaver de Vernita Green.
No es por la justiciera crueldad con que acaba con los dos hombres que la violaron mientras estaba en coma. Ni siquiera por el momento de iluminación en el cual despierta del letargo y, con sólo mirarse las palmas de las manos, deduce que ha estado ausente durante cuatro años ni por la proeza de conducir la ridícula Pussy Waggon apenas unas horas más tarde dejando atrás cuarenta y ocho largos meses de inmovilidad y atrofia muscular. Mucho menos por la naturalidad con la que asume el hueco que la bala de Bill dejó en su cráneo.
No, no es nada de eso. Ninguna todas esas cualidades de supermujer de Beatrix Kiddo es lo que me mueve a envidiarla profundamente. No. No. No.
Yo quiero ser Beatrix Kiddo sólo porque, después de haber instado innumerables veces a que su dedo gordo del pie recuperase el más mínimo movimiento –"Wiggle your big toe"–, lo consigue y da inicio a la más sanguinaria venganza jamás vista con una frase memorable: "The hard work is done".

4.3.08

Antes que nada, un ser humano

Gusz, en nombre de Area Queer NOA, me invitó a escribir un texto con motivo del Día Internacional de la Mujer.
Se puede leer acá.
¡Gracias, Gusz, por la invitación!