5.8.09

El cibergalán

El cibergalán es casi un sexagenario que descubrió, con diez años de atraso, por qué durante la adolescencia sus hijos hoy adultos chateaban como posesos. Así que ahora dedica cada rato libre a la seducción virtual frecuentando sitios de solos y solas porque, no nos engañemos, le sobran años y le falta cintura para usar Facebook.
Sus peripecias digitales incluyen fallidos épicos como confundir groseramente a la damisela que se presentó como abogada, divorciada, madre de una hija de trece e interesada en una relación duradera con la gatita ardiente de veintinueve y ávida de pasar una noche de sexo salvaje. O no poder sacarse de encima a una cincuentona que a toda costa quiere guerra cuerpo a cuerpo. O lidiar con una psicópata que intenta descubrir su verdadera identidad para arrimar el bochín y acosarlo por medios tan ortodoxos como el teléfono.
Dueño de varios perfiles, a cual más vendedor, puede ser un ingeniero que trabaja para una multinacional y viaja constantemente; o un empresario exitoso que pasa su tiempo libre jugando al golf, o un aventurero que, harto de todo, encuentra el sentido de la vida izando y arriando las telas de su velero oceánico. Todo depende del día y del estado de ánimo.
Desconfiado como todo mentiroso, no deja que su espíritu conquistador cruce el límite del mundo virtual. Ergo, aunque alimenta fantasías en un puñado de mujeres ávidas de la seguridad que les brinda una pareja, jamás concreta citas.

De vez en cuando, una visita de los hijos interrumpe la rutina de este Don Juan pixelado. Entonces, además de privarse de la cháchara onanista, deberá escamotear la PC o exponerse a que sus otrora bebés lo descubran y le dediquen una mirada que está entre la condescendencia y la vergüenza ajena.
Ni bien se vayan volverá al ritual de largas noches solitarias y dedos febriles rebotando sobre el teclado a la caza de una candidata que cubra sus expectativas inmediatas, sin comprender que el aquí y ahora de su deseo siempre lo deja a merced de sí mismo.

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